Carlos Mosiváis. Un poco de crónica mexicana
Ahora llegó el turno del escritor y periodista mexicano Carlos Mosiváis (1938-2010) y en esta ocasión presentaremos el fragmento de un capítulo del libro "Crónicas de la sociedad que se organiza". El libro cuenta con ocho capítulos y en cada uno de ellos nos detalla, con su imparable ironía, los hechos que marcaron a México y la organización de las masas ante las catástrofes (sismo del 68, la lucha magisterial, la huelga de la UNAM de los años 86/87, etc.). Los subtítulos son del capítulo que lleva por nombre Viñetas del movimiento urbano popular. Deseo que sean de su agrado.
LA RESPUESTA
Las necesidades de respuesta obligan a reuniones tempestuosas, donde cada uno aporta su ira y su denuncia. Hay entre los convocados gente con mayor experiencia política (nunca demasiada, solo miembros de partidos de izquierda, activistas estudiantes no del todo resignados a la inacción, integrantes de comunidades de base cristianas), y casi siempre son ellos los que al principio reproducen las atmósferas de las asambleas estudiantiles, y nombran comisiones para atender a las comisiones, que suelen quedarse en buenas intenciones para rememorativas. Al principio, cuenta lo que han vivido, abundan la apatía, la desconfianza y esa forma renuente de la apatía, la impaciencia colérica, pero luego se extenúan los fuegos artificiales, y la organización va surgiendo.
Muchos de los primeros líderes suelen fallar. Son impetuosos y confían tanto en su carisma que aceptan negociar a espaldas de sus representados, no se molestan si se les hace objeto de regalos, acumulan sensaciones de importancia al sentarse a la mesa con el Funcionario. A veces se perpetúan y se vuelven caciques típicos, con su cauda de mujeres fanáticas (imágenes no muy distantes al "Anacleto Morones" de Juan Rulfo), y de amigos a quienes los enemigos llaman pistoleros. En otras ocasiones, las asambleas rugientes los deponen, salen de la organización o la dividen, hay pleitos a golpes, cuerpo cercano, hay escándalo, el cacique acusa a los "revoltosos" de matar a su propia gente con tal de incriminarlo, el entierro es muy combativo, el cacique se retira, y meses después se le sabe al frente de otra organización en el otro extremo de la ciudad, o en Celaya, muy rico.
EVA TOMA LA PALABRA
La mujer de la Pareja Legendaria empieza a cambiar. Al principio,
cuando desembarcó del mítico camión en la mítica estación ADO, su visión
de las cosas era, por así decirlo, restringida. Le preocupaba su
familia, la que llevaba a cuestas y la que dejaba y se afanaba en darle
ese pedacito de tierra la apariencia de hogar. Hasta allí. Pero meses y
años de espera tienen sus efectos. La Eva eterna de paso rápido y
humilladito desaparece, y la remplaza Doña María o Doña Lupe o Señora
Araceli, que asiste a las juntas de los vecinos, el primer día casi ni
respira, luego sigue yendo porque su marido no puede asistir, pasan las
reuniones y ella callada, queriendo entender, nadie la anima a hablar,
todos aplauden las exigencias a las autoridades y las autoridades jamás
contestan.
Una tarde se
discute lo del agua, y ella ya no aguanta, y como no dando crédito a lo
que oye, pide la palabra y dice que ya está hasta la madre, todo el
tramo inmenso que debe recorrer con los baldes, el pipero les cobra lo
que se le antoja, hay maloras que le tiran el agua,y no es justo, tiene
ganas de llorar pero prefiere decir que ya no aguanta, se enoja todavía
más y grita que no es justo, que ya no aguanta, ella es un ser humano y
sus amigos y conocidos aprueban con mirada y manos sus palabras. Al
callarse, un frío inmenso la sacude. Habló en público. Ella, tan
atemorizada ante la perspectiva de siquiera quejarse... Desde ese
momento su participación se intensifica, acompaña a los líderes, emite
consignas y descubre la potencia de su voz, lleva pancartas, les pide a
las vecinas su asistencia puntual a las juntas, todo es por nuestro
bien,y el colmo, el instante de madurez, cristaliza una mañana. El
representante de la delegación acude a dialogar con los vecinos, les
explica en tono untuoso los deberes del Departamento Central, esto que
piden ya no nos corresponde, pero la buena voluntad del Señor Regente...
Y ella lo interrumpe: “Si el Señor Regente nos tiene tanta buena
voluntad, ¿por qué no viene aquí a decírnoslo?” Y el representante le
cuenta del infinito trabajo, de las numerosas juntas, de su ocupado día,
y ella le contesta: “Somos parte de su trabajo. Debió estar aquí cuando
nos vendieron esto que no tiene ningún servicio, o debió estar aquí
para cerciorarse de que no hay transporte”. Y arremete también contra el
Delegado, y el representante se sulfura y le replica que él vino a
conversar no a pelear, y ella insiste, no por echar bronca, sino porque
se siente por fin dueña de su palabra, dueña de sus puntos de vista, y
le da gustos que las demás sean como ella, mas vehementes o menos
vehementes, más informadas o menos informadas, pero seguras de algo: su
participación en los asuntos de la colonia las han hecho distintas, ya
no se dejan tan fácilmente, ya no quieren dejarse.
DE LA SENSACIÓN LLAMADA "TOMA DE CONCIENCIA"
A partir de los años sesenta, cunden las organizaciones en las colonias populares. Antes, ni esperar asomos democráticos en las llamadas "ciudades perdidas", los juntaderos de cartón, ladrillo y seres humanos en donde se agazapan familias espantadas y halagadas por la presencia del fotógrafo. Y luego de un tiempo letárgico apenas sacudido por el desfile de unos cuantos antropólogos, el movimiento estudiantil de 1968 es causa directa e indirecta de la toma de conciencia. Causa directa: los estudiantes indignados deciden actuar en medio del pueblo. Causa indirecta: el sacudimiento nacional ante las manifestaciones y la matanza es la certeza confusa pero inerradicable, de una crisis política. Ya es hora de que el PRI no nos maneje como niños.
En Monterrey y en Saltillo, en Chihuahua y en León, se convoca a reuniones en los asentamientos nuevos, se nombran mesas directivas, se proponen citas con funcionarios, tareas colectivas para crear un parquecito de juegos o mítines que denuncian los abusos de los transportistas. El PRI insiste en controlar a los líderes, y muchas veces lo consigue, con mujeres enérgicas de hembrismo a semejanza de los caudillos, o con antiguos ayudantes del diputado que creen llegado su tiempo de ascenso. Pero en otros lugares, jóvenes egresados de las universidades, o que interrumpieron estudios en el cuarto semestre de Leyes o en el quinto semestre de Medicina, desplazan a los priistas históricos (con su caudal intocado de referencias a la Revolución Mexicana), y crean un nuevo punto de vista.
No se exagere en el aprecio de su bagaje ideológico. Los nuevos dirigentes suelen saber poco de política, pero lo saben enardecidamente. El Estado es el enemigo (¿cómo explicar debidamente qué es el Estado?), porque es capitalista en todo, hasta en la manera de regular el suelo urbano y dotar de servicios, cosa que hacen protegiendo los intereses del capital. El gobierno es el enemigo (y eso no necesita explicación), porque protege a los propietarios del suelo y de las viviendas (fraccionadores, casatenientes y terratenientes), porque constructores, vendedores de material, piperos y permisionarios de camiones usan a discreción el apoyo de las autoridades. La policía es el enemigo, porque los roba, los veja, los persigue hasta el interior de las casas, les niega con su arrogancia y brutalidad la existencia misma de derechos. La burguesía es el enemigo, porque lucra con las necesidades de todos, respaldada por la política mundial del imperialismo.
El mensaje es inobjetable, pero los caminos de su transmisión son a veces inescrutables. ¡Cuántas asambleas extraviadas en el habla especializadísima del marxismo que se fragmentó como el latín clásico! Hablan trotskistas, stanlinistas escasamente arrepentidos, maoístas, guerrilleristas verbales, guerrilleristas prácticos divorciados de la praxis... y su voz es dogmática, y su acento es sectario, y sus resultados varían. La gente sigue apenas el vuelo de su discurso pero aprehende la intención visceral y aplaude, y hay grandes marchas y mítines incendiarios. Mucho se obtiene en los años setenta: el reconocimiento oficial del movimiento urbano popular; éxitos sin precedente en Chihuahua y Nuevo León; la certeza de un poder nuevo, distinto, al margen de las soluciones convecionales de la izquierda.
Los estudiantes son indispensavles. El fuego de la revolución se vierte a través de su aspecto, de su furia denunciatoria, del esquematismo que redime la capacidad de sacrificio. Véanlos por ejemplo discutir el nombre del a colonia o del campamento. Se llama "Emiliano Zapata" o "Pancho Villa" o "Tierra y Libertad" o "Genaro Vázquez Rojas" o "Rubén Jaramillo" o "Mártires de la Lucha Agraria". Véanlos atender los dispensarios, las escuelas de enseñanza nocturna, los bufetes jurídicos gratuitos, las escuelas de artesanía. Dan su tiempo, su energía, su desasosiego radical. Muchos de ellos se frustran, abandonan el proyecto y se incorporan a la masa del descontento conformista, hartos de ya no recibir las descargas anímicas de los primeros días, cuando la mera enunciación de frases confiscadoras del poder era en sí misma compensatoria, orgásmica. En la mayoría de las colonias, el habla marxista es asimilada y negociada lingüísticamente, algo queda y mucho se desvanece, persiste la visión general del orden social, se eliminan los saltos de trapecio dialéctico y las condenas más fulgurantes a los social revisionistas que faltaron a la junta de ayer.
De modo paulatino, una segunda generación estudiantil interviene, ya no lacerada psíquicamente por e 68, ya no ansiosa de redimir en una sola asamblea al pueblo de México, a la hermandad latinoamericana. El fervor cede el paso a una comprensión más detallada de los procesos urbanos, al estudio de los pasos específicos. Y a la necesidad de ver como un hecho en tres niveles la construcción del movimiento urbano popular. Muchos se consumieron políticamente apostándole todo al corto plazo, exigiendo al instante la solución de problemas de título de propiedad y de control territorial. La siguiente generación de activistas deposita en el corto plazo la obstención de estímulos y respuestas cotidianas, y cree ya en el mediano plazo (es casi imposible, en el desenvolvimiento político, aceptar sinceramente la existencia del largo plazo).
Son muy puntuales en las asambleas estos adolescentes y jóvenes de ambos sexos. Vienen de los Colegios de Ciencias y Humanidades, del ya no tan atroz descubrimiento de la desorientación vocacional, de las escuelas profesionales sobresaturadas, del trabajo modesto en la burocracia, de negocios familiares que apenas dan para mantenernos, así están los tiempos. De sus predecesores, estos jóvenes heredan el impulso, la consagración a la comunidad como urgencia política, la justificación moral de una labor que a otros les parecería "localista". Pero se niegan a repetir errores, aunque forzosamente lo haga, se oponen a las falsas proezas del sectarismo y del moralismo, a las asambleas encrespadas que juzgaban a socialtraidores y adúlteros, condenaban previamentecualquier negociación con el Estado represor, y fomentaban la obsesión de hacer de colonias y campamentos zonas de autonomía, los "territorios liberados" del Anáhuac.
No es fácil sostener la emoción utópica, a sabiendas de que no hay reinos-de-Dios-sobre-la-tierra. La generación presente de activistas del movimiento urbano popular, y los sobrevivientes del impulso inicial (muchos más de los que podríamos suponer desde nuestra tradición de desencanto extremo cada cinco años), suelen concebir su tarea racionalmente, y captan el ritmo de las concesiones gubernamentales en época de penuria, buscan apoyos de las instituciones públicas y privadas, se benefician con adelantas de la ciencia y la tecnología. Algunos, inevitablemente, añoran la sagrada intemperancia, tal útil cuando se creía en las funciones omnímodas del movimiento, al mismo tiempo partido político, espacio de la reconstrucción moral de México, punta de lanza de la transformación latinoamericana. ¡Ah, el griterío de los desfiles, la impresión nítida de que el gobierno cedería, que ya estaba a punto de instalarse el nuevo poder urbano!
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