Blaise Pascal. Somos nada para el infinito, todo respecto a la nada

"Aburrimiento. Nada es tan insoportable para el hombre como estra en pleno reposo, sin pasiones; sin asuntos que despachar, sin distracciones, sin una sola ocupación. Advierte entonces su nulidad, su abandono, su insuficiencia, su independecia, su impotencia y su vacío. En seguida se activarán en el fondo se su alma su aburrmiento, la melancolía, la tristeza, la aflicción, el despecho y la desesperación".
Distracción. Algunas veces me he puesto a considerar las diversas formas de inquietud de los hombres, y los peligros y las fatigas que se exponen, tanto en la guerra como en la paz, y de donde nacen tantas controversias, pasiones, empresas audaces y a menudo insensatas. He descubierto que la infelicidad de los hombres proviene de una sola cosa, que es no conseguir permanecer a solas y en tranquilidad en una habitación
Pero cuando he reflexionado con profundidad y he querido descubrir la razón después de conocer la causa de todos nuestros males, me he dado cuenta de que hay una muy concreta, que consiste en la infelicidad intrínseca de nuestra condición debil y mortal, y es tan mísera que nada nos puede consolar cuando nos detenemos a pensar en ella.
Sea cual fuere la condición que imaginemos, del reunir todos los bienes que puedan tenerse resultará que la de ser rey es la más bella condición del mundo, siempre que nos imaginemos a ese rey acompañado de todas las satisfacciones posibles. Pero si lo imaginamos privado de distracciones mientras valora y reflexiona lo que es, la felicidad y la comodidad lo abandonarán y sucumbirá inevitablemente a cuantas amenazas pueda ver, a cuantas revueltas puedan producirse y, en fin, a la enfermedad y a la muerte, que son inevitables; y así, si está privado de lo que se llama distracción, será infeliz, y más infeliz aun que el más mísero de sus súbditos que pueda jugar y distraerse.
Esto explica el hecho de que los hombres amen tanto el ruido y la confusión; esto explica po qué la prisión es una pena tan horrible; esto explica porque el placer de la soledad es una cosa incomprensible. Y, en fin, explica que la razón principal de la felicidad de la condición de los reyes es que todos se esfuerzan incesantemente en distraerles y en procurarles todo tipo de placeres.
Así transcurre toda la vida. Se busca el reposo combatiendo una serie de obstáculos: y, una vez que se han superado, el reposo se vuelve insoportable; porque se piensa en las miserias en que nos encontramos o en las miserias que nos amenazan. E incluso en el caso en que nos viésemos al amparo de todas estas miserias, el aburrimiento saldría a flote por su propia iniciativa desde el fondo del corazón, donde está arraigado, y llenaría el espíritu con su veneno.
Contemple el hombre la naturaleza entera y en su alta y plena majestad, alejando la mirada de los objetos mezquinos que lo rodean. Que mire aquella luz resplandeciente, colocada com una lámpara eterna que ilumina el univeso; que la tierra le aparezca como un punto a comparar con la inmensa órbita que aquel astro describe, y que lo llene de asombro el hecho de que este mismo vasto recorrido no es más que un tramo muy pequeño en comparación con los restates astros que se mueven en el universo.
Considere el hombre, mirándose a sí mismo, lo que es en comparación con todo lo que existe. Que se vea como perdido en este remoto ángulo de la naturaleza; y que de está angosta prisión en que se halla-entiendo por ella el universo- aprenda a estimar el justo valor de la Tierra, de los reinos, de las ciudades y de sí mismo. ¿Qués un hombre en el infinito?
Pero para presentarle otro prodigio igualmente maravilloso, que busque, entre lo que conoce, las cosas más diminutas. Que un ácaro le ofrezca, en la pequeñez de su cuerpo, partes incomparablemente más pequeñas: patas con articulaciones, venas en esas patas, sangre en esas venas, humores en esa sangre, gotas en esos humores y vapores en esas gotas; y, subdividiendo estás últimas cosas, que agote sus fuerzas en tales concepciones hasta que el postrer objeto al que pueda llegar sea, por ahora, el de nuestro razonamiento. Creerá entonces que acaso sea ésta la más extrema minucia de la naturaleza.
En verdad, ¿quién no se asombrará pensando que nuestro cuerpo, que antes no era perceptible en el universo, que a su vez era imperceptible en el seno del todo, sea ahora un coloso, un mundo, incluso un todo respecto a esa nada a la que nunca se puede llegar?
Porqeue, en suma, ¿qué es el hombre en la naturaleza? Un nada respecto al infinito, un todo respecto a la nada, algo comprendido entre el todo y la nada. Infinitamente lejano de la comprensión de estos extremos, el término de las cosas y su principio permanecen para él invenciblemente ocultos en un secreto inescrutable: igualmente incapaz de entender la nada hacia el que es conducido y el infinito que lo engulle.
Por no haber considerado estos dos infinitos, los hombres se han dirigido temerariamente a la investigación de la naturaleza como si guardasen alguna proporción con ella. Es extraño que haya querido descubrir los principios de las cosas y pretendiendo llegar a conocerlo todo partiendo de ellos, con una presunción tan infinita como su objetivo: porque es cierto que no se puede concebir un plan semejante sin una presunción o una capacidad infinitas, como la naturaleza.
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