Ni vivos ni muertos, Federico Mastrogiovanni
"La desaparición forzada de personas es una de las estrategias más efectivas para sembrar terror en la población", con esta definición el periodista italiano, Federico Mastrogiovanni, nos encamina por el escabroso tema de la desaparición forzada en México que marcó el sexenio del expresidente Felipe Calderón.
Ni vivos ni muertos es un libro que muestra los casos y testimonios de personas que han sufrido de este delito que en la actualidad se ha vuelto común en tierras mexicanas y que sigue sin perseguirse ni castigarse. A lo largo de las páginas se dimensiona la gravedad del tema puesto que la mayoría de los autores de la desaparición forzada está a cargo de las fuerzas castrenses y la policía quienes se encuentran coludidos con organizaciones criminales.
El libro contiene trece capítulos, cada uno ofrece información documentada y a detalle sobre desapariciones que, hasta la fecha, no se han resuelto como los secuestros de migrantes en la zona de La Arrocera en Chiapas, o la desaparición del joven Melchor Flores Hernández mejor conocido como el Vaquero Galáctico, como también el atentado contra la señora Margarita López por buscar a su hija. Igualmente nos recuerda el asesinato del activista Nepomuceno Moreno Nuñez y la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa.
Ni vivos ni muertos ayuda a comprender algunos motivos de la desaparición forzada cuya intención, generalmente, se encuentra estrechamente ligada con temas económicos pues el miedo paraliza a la población y, en muchos casos, les impide atacar reformas que van direccionadas al ecosidio o la explotación laboral. El libro también es una denuncia para exponer a las instituciones y su incapacidad de resolver conflictos y ofrecer ayuda eficaz a las personas que sufren por la desaparición de su familiar.
Le dejo un fragmento que tomé del capítulo "Nacht und Nebel, niemand gleich (Noche y Niebla, ya no hay nadie)".
Fotografías
He visto cientos de fotografías en estos años. He visto fotos de cientos de personas desaparecidas, llevadas por sus familiares a todas partes.
Fotos en forma de carteles, de lonas, o, como en el caso de doña Rosario Ibarra, de collares con la foto en lugar de la piedra preciosa, que como dice ella: “Si no me lo pongo me siento desnuda”.
Fotos que nos enfrentan a una realidad que no queremos ve. No sabemos ver. Nos duele y nos avergüenza. En este camino, una de las cosas que más me dolió fue una persona, que consideraba yo un amigo, un hombre sensible, un día en el que yo estaba contando mis avances en el trabajo me dijo: “¡Basta! ¡Basta con estos muertos y con estos desaparecidos! Yo no quiero saber de esto. Quiero que se me hable de cosas bonitas y no solo de tragedias. ¡Eres deprimente!”
Tras mi sorpresa y enojo inicial por una falta de sensibilidad tan profunda, me puse a reflexionar sobre la reacción de mi conocido. Siguió doliéndome, pero de alguna forma entendí su punto. Deben de ser muchas más de las que yo pensaba, as personas que no quieren ver, que no quieren enterarse, que no quieren saber ni hacerse preguntas.
Es tan doloroso todo esto, consume tanta energía el tema de las desapariciones forzadas que muchos simplemente quieren cerrar los ojos. No ver. No pensar. Sólo desear que ojalá nunca les toque vivir esta tragedia, porque si el destino los alcanza no tendrán más remedio que mirar todas esas fotos, todas las imágenes de gente que ya no está.
Don Nepomuceno Moreno, en una entrevista que le hicieron pocos días antes de que lo asesinaran, decía que le gustaba mucho el poema de Bertolt Brecht, que se le atribuye arróneamente a Bertolt Brecht pero es de un pastor protestante austriaco, Martin Nieöller. Es el poema que habla de la inferencia, de la necesidad de voltear la mirada para otro lado frente a una barbarie que involucra a todos.
Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista.
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata.
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista.
Cuando vinieron a buscar a los judíos,
no pronuncié palabra, porque yo no era judío.
Cuando finalmente vinieron a buscarme a mí,
no había nadie más que pudiera protestar.
Bueno, las fotos de los familiares de los desaparecidos tiene también esta función social. Recordarnos y hacer visible a todos que esas personas no están donde deberían estar. Que esas personas fueron alejadas de sus seres queridos pero no son reales, no son números, no son entidades abstractas.
Estas personas están en el espacio público, ahora en forma de vacío, y su foto recuerda su presencia en espacio. Reclama su presencia ahí.
Las fotos son fundamentales.
Vanas veces tuve un sueño recurrente en estos meses de investigación. Soñaba a doña Rosa María Moreno, con su fot! de Alan bebé en las manos. Se acercaba con su voz tranquila y me decía: “¿No lo ves? ¿No lo reconoces?” Yo me quedaba en silencio, observando la foto de Alan como si se me escapara algo. Como si supiera la respuesta pero no pudiera pronunciarla. Ella seguía mirándome con una sonrisa triste en la cara. ¿A poco no lo reconoces? Es tu hijo. El de la foto es tu hijo. ¿No lo reconoces?”
Y yo finalmente entendía.
Pienso que ésta es la enseñanza más importante que tuve en este largo camino. La desaparición de una persona es una violencia brutal que se hace en contra de todo ciudadano. No sólo porque podría pasarnos lo mismo, lo que es obvio, ni porque esta tragedia podría fulminar a nuestra familia como un relámpago, sino porque realmente es una barbaridad que se comete directa y diariamente en contra de cada uno de nosotros.
No se puede permitir que el terror se vuelva parte de la normalidad, que nos obligue a voltear la mirada para tratar de ignorarlo, que sea aceptado, tolerado, admitido en la cultura popular como la mordida o el soborno, como una injusticia más de las tantas que hay en el mundo. Lo sepamos o no, lo aceptemos o no, debido a la desaparición forzada de personas,
de personas que no conocimos, que nunca vimos, que nunca se ganaron nuestra estimación, nuestra indignación o nuestra indiferencia, todos hemos sido lastimados, heridos, vulnerados. Todos padecemos, quizá, una de esas enfermedades que pasan años desapercibidas, creciendo, avanzando dentro del cuerpo, sin que nadie las detecte ni las contrarreste, sin que nadie las descubra, hasta que ya es demasiado tarde.
En un país que ha sufrido lo que está sufriendo México, parecería que ya es demasiado tarde, y lo es, pero al mismo tiempo al final de cada día, cuando regresa la noche y con ella la niebla, las cosas pueden empeorar, siempre pueden empeorar. Más vale que lo aceptemos ahora y no mañana.
Cada uno de los desaparecidos es nuestro, nos pertenece, nos lo arrebataron y merece ser encontrado. Porque si no hacemos nada y al final todos desaparecemos, como Alberich con su yelmo mágico que lo transforma en humo, será sólo noche y niebla, y ya no habrá nadie.
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