Campobello, la escritora revolucionaria
El periodo de la Revolución Mexicana ha sido escrita por diversos autores (Mariano Azuela, Rafael F. Muñoz, Martín Luis Guzmán, etc.), pero poco se sabe de Nellie Campobello (1900-1986). Ella fue escritora de relatos y poemas. Las características de sus textos son la brevedad y la sonoridad en que los escribe. Su obra más destacada es el libro de relatos "Cartucho". Libro donde nos imaginamos que una pequeña describe sus vivencias dentro de la Revolución. No se sabe con seguridad si los textos fueron escritos en su infancia o de mayor, sin embargo el tono nos deja imaginar a una niña normalizando la violencia en épocas de Pancho Villa y nos acerca al contexto agresivo que se vivía en México por aquel entonces.
A continuación les dejo algunos relatos que tomé de "Cartucho".
A continuación les dejo algunos relatos que tomé de "Cartucho".
Epifanio
El
pelotón sabía que era un reo peligroso. Espiaba todos sus movimientos; vestía
un traje verde y sombrero charro. En frente de él había un grupo como de veinte
o treinta individuos, tipos raros, unos mucho más jóvenes y otros de barba
blanca. Era un hombre delgado, moreno, muy inquieto.
Un fusilamiento raro.
Maclovio Herrera, con su Estado
Mayor, después de discutir mucho, dijo al pueblo que Epifanio tenía que morir
porque era un traidor, porque engañaba a las gentes quitándoles a sus hijos, a
sus padres, en contra de Villa o de Carranza; gritó mucho en contra del reo,
que ya en el paredón del camposanto, frente al pelotón, se levantó el sombrero,
se puso recto, dijo que él moría por una causa que no era la revolución, que el
era amigo del obrero. Algo dijo en palabras raras que nadie recuerda. De la
primera descarga sólo recibió un tiro en la costilla, se abrazó fuerte y,
recostándose sobre la pared, decía: “Acábenme de matar, desgraciados”. Otra
descarga y cayó apretándose el sombrero tan recio que fue imposible quitárselo
para darle el tiro de gracia; se lo dieron por encima del sombrero,
deshaciéndole un ojo.
Las gentes se retiraron para sus
casas; los compañeros de Epifanio llevaban en la mano todos los objetos que el
fusilado les había regalado.
Dijo que él era amigo del obrero.
Nacha
Cisneros
Junto
a Chihuahua, en X estación, un gran campamento villista. Todo está quieto y
Nacha llora. Estaba enamorada de un muchacho coronel de apellido Gallardo, de
Durango. Ella era coronela y usaba pistola y tenía trenzas. Había estado
llorando al recibir consejos de una vieja. Se puso en su tienda a limpiar su
pistola, estaba muy entretenida cuando se le salió un tiro.
En otra tienda estaba sentado
Gallardo junto a una mesa; platicaba con una mujer; el balazo que se le salió a
Nacha en su tienda lo recibió Gallardo en la cabeza y cayó muerto.
̶ Han matado a Gallardito, mi
General.
Villa dijo despavorido:
̶ Fusílenlo.
̶ Fue una mujer, General.
̶ Fusílenla.
̶ Nacha Cisneros.
̶ Fusílenla.
Lloró al amado, se puso los brazos
sobre la cara, se le quedaron las trenzas negras colgando y recibió la
descarga.
Hacía una bella figura, imborrable
para todos los que vieron el fusilamiento.
Hoy existe un hormiguero en donde
dicen que está enterrada.
Está fue la versión que durante
mucho tiempo prevaleció en aquellas regiones del Norte. La verdad se vino a
saber años después. Nacha Cisneros vivía. Había vuelto a su casa de Catarinas,
seguramente desengañada de la actitud de los pocos que pretendieron repartirse
los triunfos de la mayoría.
Nacha Cisneros domaba potros y
montaba a caballo mejor que muchos hombres; era lo que se dice una muchacha del
campo, pero al estilo de la sierra; podía realizar con destreza increíble todo
lo que un hombre puede hacer con su fuerza varonil. Se fue a la revolución
porque los esbirros de don Porfirio Díaz habían asesinado a su padre. Pudo
haberse casado con con uno de los más prominentes jefes villistas, pudo haber sido
de las mujeres más famosas de la revolución, pero Nacha Cisneros se volvió
tranquilamente a su hogar deshecho y se puso a rehacer los muros y tapar las
claraboyas de donde habían salido miles de balas contra los carrancistas
asesinos.
La red de mentiras que contra el
general Villa difundieron los simuladores, los grupos de la calumnia
organizada, los creadores de la leyenda negra, irá cayendo como tendrán que
caer las estatuas de bronce que se han levantado con los dineros avanzados.
Ahora digo, y lo digo con la voz del
que ha podido destejer una mentira:
¡Viva Nacha Cisneros, coronela de la
revolución!
La
sentencia de Babis
Babis
vendía dulces en la vidriera de una tienda japonesa. Babis reía y se le
cerraban los ojos. Él era mi amigo. Me regalaba montones de dulces. Me decía
que él me quería porque yo podía hacer guerra con los muchachos a pedradas. Él
no podía pelear –no por miedo– pero es que él era ya un hombre grande. “Yo he
visto agarrarse muchachos grandotes allá en la calle de Mercaderes, del lado
del río.” Entonces él me dijo: “No me gustan las piedras tanto como los
balazos. El día que me dé de alta –y se le hundían los ojos echando fuera los
dientes–, voy a pelear muy bien”. Y me daba un puño de chiclosos. Todos los
días me decía que ya se iba con una tropa y que le gustaban mucho los
pantalones verdes. “Yo me compraré unas mitazas con hebillas blancas”, entonaba
como una canción. Y muy en serio le dije: “Pero te van a matar. Yo sé que te
van a matar. Tu cara lo dice”. Él se reía y me daba confites grandes. Le conté
a Mamá lo que Babis me dijo. Estaba yo retriste.
Un día encontré solos los dulces.
Babis estaría vestido con pantalones verdes y botones. Qué ganas tenía de
verlo. Sería como un príncipe.
Hacía un mes –un año para mis ojos
amarillos– sin ver a Babis. Un soldado que llegó a Jiménez buscó la casa. Traía
algo que contarle a Mamá. Llegó a cualquier hora. “Braulio, el que trabajaba en
El Nuevo Japón en la calle del Ojito, se había ido con ellos. Era un muchacho
miedoso.” Así lo dijo aquel hombre, parado junto al riel, con las manos en la
bolsa. (Yo le quise saltar al oír aquello. Babis no era miedoso. Se robaba los
dulces para mí) “En la toma de Jiménez, en los primeros prisioneros que
agarraron le tocó a Babis. Quemaron con petróleo a los prisioneros, estaba de
moda. Así fue como el primer combate Babis murió.” Yo creo que sin tener sus
hebillas blancas. El hombre dijo, meciéndose en un pie, que no se le iban de
los oídos los gritos de los quemados vivos. Eran fuertes. Después se fueron
apagando poco a poco.
El soldado, con la mano derecha,
hizo un ademán raro y se fue calle arriba, por en medio de los rieles del
tranvía, meciéndose en sus pies y llevándose los gritos de Babis en sus orejas.
Desde
una ventana
Una
ventana de dos metros de altura en una esquina. Dos niñas viendo abajo un grupo
de diez hombres con las armas preparadas apuntando a un joven sin rasurar y
mugroso, que arrodillado suplicaba desesperado, terriblemente enfermo se
retorcía de terror, alargaba las manos hacia los soldados, se moría de miedo. El
oficial, junto a ellos, va dando las
señales con la espada; cuando la elevó como para picar el cielo, salieron de
los treintas diez fogonazos que se incrustaron en su cuerpo hinchado de alcohol
y cobardía. Un salto terrible al recibir los balazos, luego cayó manándole
sangre por muchos agujeros. Sus manos se le quedaron pegadas en la boca. Allí
estuvo tirado tres días; se lo llevaron una tarde, quién sabe quién.
Como estuvo tres noches tirado, ya
me había acostumbrado a ver el garabato de su cuerpo, caído hacia su izquierda
con las manos en la cara, durmiendo allí, junto a mí. Me parecía mío aquel
muerto. Había momentos que, temerosa de que se lo hubieran llevado, me
levantaba corriendo y me trepaba en la ventana, era mi obsesión en las noches,
me gustaba verlo porque parecía que tenía mucho frío.
Un día, después de comer, me fui
corriendo para contemplarlo desde la ventana; ya no estaba. El muerto tímido
había sido robado por alguien, la tierra se quedó dibujada y sola. Me dormí
aquel día soñando en que fusilarían otro y deseando que fuera junto a mi casa.
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