Historia escrita por Galeano y Malatesta
Para cambiar nuestra realidad hace falta conocer
la historia. Pero no la historia que se nos ha inculcado en las escuelas, ésa
se encuentra escrita por aquellos que vencieron. Entonces, ¿dónde queda la voz
de las personas que vencieron? ¿Dónde su historia? Es necesario voltear hacia
atrás para comprender nuestro presente, vislumbrar el futuro para ponernos en
marcha y cambiar lo establecido.
Los siguientes textos son tomados de los libros
"Las venas abiertas de América Latina" de Eduardo Galeano y
"Artículos revolucionarios" de Errico Malatesta. Ambos fragmentos nos
acercan un poco a la historia que quieren ocultar y pronto te darás cuenta que
un gobierno diferente Sí es posible. ¿Qué opinas al respecto?
“Las venas
abiertas de América Latina” / Siete años después
Eduardo Galeano
Muy
distinto destino se propusieron y conquistaron, por cierto, los Estados Unidos.
Siete años después de su independencia, ya las trece colonias habían duplicado
su superficie, que se extendió más allá de los Aleganios hasta las riberas del
Mississippi, y cuatro años más tarde consagraron su unidad creando el mercado
único. En 1803, compraron a Francia, por un precio ridículo, el territorio de
Louisiana, con lo que volvieron a multiplicar por dos su territorio. Más tarde
fue el turno de Florida y, a mediados de siglo, la invasión y la amputación de
medio México en nombre del ‹‹Destino manifiesto››. Después, la compra de
Alaska, la usurpación de Hawaii, Puerto Rico y las Filipinas. Las colonias se
hicieron nación y la nación se hizo
imperio, todo a lo largo de la puesta en práctica de objetos claramente
expresados y perseguidos desde los lejanos tiempos de los padres fundadores. Mientras el norte de América crecía, desarrollándose
hacia adentro de sus fronteras en expansión, el sur, desarrollando hacia
afuera, estallaba en pedazos como una granada.
El actual proceso de integración no
nos reencuentra con nuestro origen ni nos próxima a nuestras metas. Ya Bolívar
había afirmado, certera profecía, que los Estados Unidos parecían destinados
por la Providencia para plagar América de miserias en nombre de la libertad. No
han de ser la General Motors y la IBM las que tendrán la gentileza de levantar,
en lugar de nosotros, las viejas banderas de unidad y emancipación caídas en la
pelea, ni han de ser los traidores contemporáneos quienes realicen, hoy, la
redención de los héroes ayer traicionados. Es mucha la podredumbre para arrojar
al fondo del mar en el camino de la reconstrucción de América Latina. Los
despejados, los humillados, los malditos tienen, ellos sí, en sus manos, la
tarea. La causa nacional latinoamericana es, ante todo, una causa social: para
que América Latina pueda nacer de nuevo, habrá que empezar por derribar a sus
dueños, país por país. Se abren tiempos de rebelión y de cambio. Hay quienes
creen que el desino descansa en las rodillas de los dioses, pero la verdad es
que trabaja, como un desafío candente, sobre las conciencias de los hombres.
“Artículos
revolucionarios” / Un programa anarquista
Errico Malatesta
Cuando
se llegó a la lucha, naturalmente los más fuertes o los más afortunados debían
vencer, someter y oprimir de diversas maneras a los vencidos.
Mientras el hombre sólo fue capaz de
producir aquello que le bastaba estrictamente para su mantenimiento, los
vencedores estaban reducidos a poner en fuga o masacrar a los vencidos y
apoderarse de los alimentos reunidos por éstos.
Luego, cuando el descubrimiento del
pastoreo y la agricultura un hombre pudo producir más de lo que necesitaba para
vivir, a los vencedores les resultó más conveniente reducir a la esclavitud a
los vencidos y hacerlos trabajar para ellos.
Más tarde, los vencedores se dieron
cuenta de que era más cómodo, más productivo y seguro de explotar el trabajo de
otros con otro sistema: conservar para sí la propiedad exclusiva de la tierra y
de todos los medios de trabajo, y dejar nominalmente libres a los despojados,
los cuales, por lo demás, al no tener medios de vida, se veían obligados a
recurrir a los propietarios y a trabajar por cuenta de éstos, en las
condiciones que éstos querían.
Así, poco a poco, a través de toda
una red complicadísima de luchas de toda clase, invasiones, guerras, rebeliones,
represiones, concesiones arrancadas, asociaciones de vencidos que se unieron
para la defensa y de vencedores que se unieron para el ataque, se llegó al
estado actual de la sociedad, en el cual algunos detentan hereditariamente la tierra y toda la riqueza
social, mientras la gran masa de los hombres, desheredada de todo, es explotada
y oprimida por unos pocos propietarios.
De esto depende el estado de miseria
en que se encuentran generalmente los trabajadores y todos los males que de la
miseria derivan: ignorancia, delitos, prostitución, deterioro físico, abyección
moral, muerte prematura. De ahí también la constitución de una clase especial
(el gobierno), que provista de medios materiales de represión tiene como misión
legalizar y defender a los propietarios contra las reivindicaciones de los
proletarios, y luego se sirve de la fuerza que posee para crear privilegios para
sí misma y someter su supremacía, si le es posible, incluso la clase
propietaria misma. De ahí la constitución de otra clase especial (el clero) que
con una serie de fábulas sobre la voluntad de Dios, sobre la vida futura,
etcétera, trata de inducir a los oprimidos a soportar dócilmente la opresión, e
igual que el gobierno, aparte de favorecer los intereses de los dominadores, la
negación de la ciencia verdadera. De aquí el espíritu patriótico, los odios de
raza, las guerras y las paces armadas, a veces más destrozas que las guerras
mismas. De aquí el amor transformado en tormento o en torpe mercado. De ahí el
odio más o menos larvado, la rivalidad, la sospecha entre todos los hombres, la
incertidumbre y el temor para todos.
Artículos
revolucionarios / La revolución
anarquista
Errico Malatesta
Si
no podemos impedir la constitución de un nuevo gobierno, si no podemos abatirlo
en seguida, deberemos en todos los casos negarle toda ayuda. Rehusarnos a
prestar servicio militar, negarnos a pagar los impuestos. No obedecer por
principio, resistir hasta el último extremo a toda imposición de las
autoridades y rehusarnos en absoluto a aceptar cualquier puesto de mando.
Si no podemos abatir al capitalismo,
deberemos exigir para nosotros y para todos los que quieran el derecho al uso
gratuito de los medios de producción necesarios para una vida independiente.
Aconsejar cuando tengamos un vida basada en el libre acuerdo, defender, incluso
con la fuerza, si es necesario y posible, nuestra autonomía contra cualquier pretensión
del gobierno… pero mandar, nunca.
Así no haremos la anarquía, porque
la anarquía no se hace contra la voluntad de la gente, pero la prepararemos.
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