Ray Bradbury. Fahrenheit 451 la temperatura a la que arde el papel.

Los viajeros siderales esta vez visitan la galaxia de la ciencia ficción. Escritores visionarios que hacen uso de una de las más preciadas facultades en el ser humano: la imaginación. Adelantados a su tiempo nos previenen de los peligros de la tecnología, la inteligencia artificial, la realidad virtual, la clonación, las guerras nucleares, los Estados totalitarios,por citar algunos ejemplos. Fahrenheit 451 pertenece a las distopías clásicas de la literatura como 1984 de George Orwell o Un Mundo Feliz de Aldous Huxley.  Fue publicada en 1953 por el escritor estadounidense Ray Bradbury, el poeta de la ciencia ficción, el humanista del futuro, autor también de la novela célebre: Crónicas Marcianas. Existe una loable adaptación cinematográfica de Fahrenheit 451 de1966 a cargo de Francois Truffaut. Bradbury imagina un mundo donde leer está prohibido, la policía del pensamiento en esta distopía es una especie de bomberos que paradojicamente ya no apagan los incendios porque las construcciones son incombustibles y ahora queman los libros. Leer se convierte en el acto más subversivo que pueda haber, leer es peligroso, leer equivale a pensar y cada vez hay menos hay menos gente que se atreve a ser uso de su propia razón, para recordar las honestas palabras de Kant. A continuación les compartimos algunos fragmentos de la novela:

***Me preguntarás, ¿cuándo empezó nuestra labor, cómo fue implantada, dónde, cómo? Bueno, yo diría que, en realidad, se inició aproximadamente con el acontecimiento llamado la Guerra Civil. Pese a que nuestros reglamentos afirman que fue fundada antes. En realidad es que no anduvimos muy bien hasta que la fotografía se implantó. Después las películas, a principios del siglo XX. Radio. Televisión. Las cosas empezaron a adquirir masa. Montag permaneció sentado en la cama, inmóvil. —Y como tenían masa, se hicieron más sencillas —prosiguió diciendo Beatty—. En cierta época, los libros atraían a alguna gente, aquí, allí, por doquier. Podían permitirse ser diferentes. El mundo era ancho. Pero, luego, el mundo se llenó de ojos, de codos Y bocas. Población doble, triple, cuádruple. Films y radios, revistas, libros, fueron adquiriendo un bajo nivel, una especie de vulgar uniformidad. ¿Me sigues? —Creo que sí. Beatty contempló la bocanada de humo que acababa de lanzar. —Imagínalo. El hombre del siglo XIX con sus caballos, sus perros, sus coches, sus lentos desplazamientos. Luego, en el siglo XX, acelera la cámara. Los más breves, condensaciones. Resúmenes. Todo se reduce a la anécdota, al final brusco. —Brusco final —dijo Mildred, asintiendo. —Los clásicos reducidos a una emisión radiofónica de quince minutos. Después, vueltos a reducir para llenar una lectura de dos minutos. Por fin, convertidos en diez o doce líneas en un diccionario. Claro está, exagero. Los diccionarios únicamente servían para buscar referencias. Pero eran muchos los que sólo sabían de Hamlet (estoy seguro de que conocerás el título, Montag. Es probable que, para usted, sólo constitu- 59 ya una especie de rumor, Mrs. Montag), sólo sabían, como digo, de Hamlet lo que había en una condensación de una página en un libro que afirmaba: Ahora, podrá leer por fin todos los clásicos. Manténgase al mismo nivel que sus vecinos. ¿Te das cuenta? Salir de la guardería infantil para ir a la Universidad y regresar a la guardería. Ésta ha sido la formación intelectual durante los últimos cinco siglos o más.

***Más deportes para todos, espíritu de grupo, diversión, y no hay necesidad de pensar, ¿eh? Organiza y superorganiza superdeporte. Más chistes en los libros. Más ilustraciones. La mente absorbe menos Y menos. Impaciencia. Autopistas llenas de multitudes que van a algún sitio, a algún sitio, a algún sitio, a ningún sitio. El refugio de la gasolina. Las ciudades se convierten en moteles, la gente siente impulsos nóma- 61 das y va de un sitio para otro, siguiendo las mareas, viviendo una noche en la habitación donde otro ha dormido durante el día y el de más allá la noche anterior

***Ahora, consideremos las minorías en nuestra civilización. Cuanto mayor es la población, más minorías hay. No hay que meterse con los aficionados a los perros, a los gatos, con los médicos, abogados, comerciantes, cocineros, mormones, bautistas, unitarios, chinos de segunda generación, suecos, italianos, alemanes, tejanos, irlandeses, gente de Oregón o de México. En este libro, en esta obra, en este serial de televisión la gente no quiere representar a ningún pintor, cartógrafo o mecá- nico que exista en la realidad. Cuanto mayor es el mercado, Montag, menos hay que hacer frente a la controversia, recuerda esto. Todas las minorías menores con sus ombligos que hay que mantener limpios. Los autores, llenos de malignos pensamientos, aporrean máquinas de escribir. Eso hicieron. Las revistas se convirtieron en una masa insulsa y amorfa. Los libros, según dijeron los críticos esnobs, eran como agua sucia. No es extraño que los libros dejaran de venderse, decían los críticos. Pero el público, que sabía lo que quería, permitió la supervivencia de los libros de historietas. Y de las revistas eróticas tridimensionales, claro está. Ahí tienes, Montag. No era una imposición del Gobierno. No hubo ningún dictado, ni declaración, ni censura, no. La tecnología, la explotación de las masas y la presión de las minorías produjo el fenómeno, a Dios gracias. En la actualidad, gracias a todo ello, uno puede ser feliz continuamente, se le permite leer historietas ilustradas o periódicos profesionales.

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